Vivir buscando el Norte, esa es mi lucha personal. El norte como horizonte, el norte como infinito, como respiro, como suspiro. El norte como sueño...
martes, noviembre 03, 2009
EL CASTILLO DE MORA.
El cielo a pinceladas.
La vertiginosa bajada a las mazmorras.
El museo de antigüedades que hay en uno de los salones.
Sí, sí, es lo que parece...
Se encuentra en la parte más alta del pueblo, sobre un promotorio rocoso y tiene historia porque su construcción data del siglo XIV, ya ha visto llover, ya...
El caso es que, leyendo sobre el Castillo-Palacio, la imaginación iba y venía como es propio en mí, a mil por hora.
Para empezar, los nombrecitos de los ex propietarios en mi cabeza tomaban forma humana y eran señores altos, muy altos, con barba, bigote, espada y botas negras.
Por ejemplo, un tal Pedro Ladrón lo recibió como donación de manos del Rey Pedro II y este a su vez lo heredó de su padre Alfonso II, pues bien, ahí estaba yo, a falta de retratos, poniéndoles caras, capas, plumas y demás ornamentos que se me ocurriese, de lo más entretenida, visualizando.
Y el castillo rodó, rodó y siguió rodando por manos diversas, de Jaime I a su hijo bastardo, otro Jaime, mil manos más hasta llegar a Don Hugo, vizconde de Cardona(Barcelona) y este, tras disfrutarlo un mesecito, coge y ¡hala!, decide venderlo a Don Blasco Fernandez de Heredia por 260.000 libras barcelonesas,(¿alguien sabe cuánto sería eso en euros?), que se lo queda por una larguísima temporada. Así es como Blasco, con confianza, y sus descendientes, se convierten en los Señores de Mora, que para eso se compraron el castillo.
La figura más relevante de esta familia, los Fernandez de Heredia, fue un tal Don Juan que llegó a ser Gran Maestre de una orden religiosa, consejero de Reyes y Papas, escribió varias obras y fue tan importante que cuando se murió todos los que vinieron detrás se tenían que llamar Juan, sí o sí, por orden dejada en el testamento,¡casi ná!. Por lo tanto, el castillo pasó de Juan a Juan, de Juan a Juan, de Juan a Juan y de Juan a Juan, hasta que en 1614 llegó a manos de un tal Juan Fernandez de Heredia, ¡repetimos!, que coge y lo cede a los franciscanos, digo yo que ese sería su modo de ganarse las llaves del cielo.
Poco duró en manos religiosas porque se incendió, ardiendo archivos, biblioteca y parte del edificio, a partir de ahí, de oca a oca y tiro porque me toca, hasta hoy.
Así que, ahora, como no es de Juanes, ni de frailes, ni de la Guardia Civil que también hizo historia entre sus muros, y está abierto al público, pude entrar a visitarlo, más bien a cotillearlo en cada uno de sus rincones.
Los salones, camerinos, caballerizas, mazmorras, caballeros, armaduras, herraduras y los vestidos de damiselas en apuros con el tacón enganchado a las enaguas ya los puse yo. Todas las escenas que se puedan imaginar desfilaron por mi cabeza, bailes incluidos.
Lo que más me impresionó fue la bajadita casi vertical a las mazmorras, la oscuridad y el frío que tuvieron que soportar los pobres desgraciados que dieron con sus huesos en semejante habitáculo.
Como la historia de estos muros no mencionan a mujer alguna, y alguna tuvo que haber, porque sino que me expliquen de donde salieron tantos juanes herederos de nombre y castillo, me reencarné en Doña Juana, (digo yo que dada la originalidad en la imposición de nombres más de alguna habría), y monté el peliculón de mi vida con mi pobre Pedro aguantando vela, reencarnado a la fuerza en la figura de Don Juan, uno de tantos, y es que el pobre¡tiene más paciencia que un santo!.
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